(En el albergue)
el capullo de mi cuerpo se abre a
tu verdad.
Me seduce el alboroto de tu
palabra.
Ella me fascina cuando salta sobre
esta cama
de sábanas ajadas.
Sólo porque te amo
escucho tu lengua ardiente y
extraviada.
Sólo porque te amo
participo de tus rituales de
guerra.
En este lugar
pesan las revueltas de mi país
y tu dulzura hierve en mi garganta
como los ajíes de mi preferencia.
Son dones del amor
que permanecen mientras paladeo tu
piel.
En aquella tardecita
sentí el olor mareante del
entusiasmo.
Perpleja por lo incomprensible
celebré la liturgia, el devaneo del
amor.
Ahora estoy callada,
atónita al oír tu empeño trágico,
tu juego que ignora
que al final,
los hombres de la derrota
no cuentan.
* de El filo de la grieta, Buenos Aires: Vinciguerra, 2012.
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